La principal hormona del amor y del deseo sexual, la testosterona, aumenta cuando el día es más largo, es decir en verano, y alcanza el nivel más alto en el mes de agosto. Por eso, los «amores de verano» tienen una base científica. Así lo han demostrado investigadores de la Universidad de Cornell de Nueva York y de la Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey, al descifrar de una manera concluyente que el enamoramiento tiene un fundamento biológico.
En verano, existen además diferentes variables para que actúe Cupido. «Es época de vacaciones, salimos más, interactuamos, las fiestas nocturnas, el alcohol, el calor y todo ello favorece que nos sintamos más propicios a establecer una relación», ha explicado Isabel Menéndez Benavente, psicóloga clínica especializada en infancia y juventud.
Hay factores que es importante no obviar, porque «cuando hay más luz se segregan más hormonas» y la del amor, la testosterona, «aumenta cuando el día es más largo». De hecho, comienza a incrementarse en primavera -de ahí ese dicho de «la sangre altera»-, se eleva en verano y se dispara en agosto.
Con el buen tiempo se multiplica además la serotonina, un neurotransmisor que afecta al estado de ánimo, «dándonos una sensación de placer, relajación y de euforia». Menéndez ha relatado que es el «antidepresivo más efectivo» y, por tanto, «nos prepara para las artes amatorias», al igual que sucede con las endorfinas, que se generan con actividades placenteras como el ejercicio, el aire libre y los orgasmos.
Eso sí: aquel que quiera ser fiel a su pareja puede resistirse a todos estos impulsos, porque posiblemente, y aquí también interviene la biología, «haya establecido una relación en la que predomina ya la oxitocina«, que hace que «nos sintamos unidos a ella porque nos proporciona calma, sosiego y seguridad».
Redacción (Agencias)