Baremo del buen hacer de un cocinero y reina del tapeo, la croqueta ha trascendido de la tradicional receta de aprovechamiento de restos culinarios para crear su propio universo de sabores salados y dulces que ha merecido su reconocimiento con su Día Internacional, el 16 de enero.
Tiene tantas recetas como personas las elaboran, se degustan tanto en tabernas de barrio como en restaurantes de alta cocina y se suelen emplear como baremo del talento del cocinero, ya que son muchos quienes sostienen que si en un establecimiento se sirven buenas croquetas es muestra de una cocina que merece la pena.
Todos tenemos nuestra favorita -las de madres y abuelas suelen liderar el ránking- y algunos restaurantes han cimentado su fama en ellas, conservando recetas que pasan de generación en generación.
De pollo y de jamón son las más habituales, pero el universo «croquetil» ha vivido su Big-Bang, especialmente con la aparición de restaurantes especializados que las elaboran de callos, de sobrasada, de tofu, de tortilla de patatas y en versiones dulces, como las de chocolate.
Aunque lo tradicional es rebozarlas en huevo y pan rallado -también hay quien las pasa previamente por harina- se han sumado nuevos ingredientes como panko, kikos, frutos secos, galletas y copos de cereales. El tamaño diferencia el momento de tomarlas: las de un bocado para el aperitivo, medianas para la tapa y la ración y en forma de croquetón acompañado de ensalada o patatas fritas.
Además, tiene sus versiones internacionales, como las arancini italianas, el falafel de pasta de garbanzo o habas de Oriente Próximo, la korokke japonesa y la belga con puré de patatas y la coxinha de pollo de Brasil y Portugal. En su Día Internacional, ningún homenaje mejor que degustarla en cualquiera de sus versiones.
Redacción (Agencias)