El proyecto comenzó en 2008, cuando los pescadores de las Azores comenzaron a hablar de los «pintados» que llegaban en verano a la isla de Santa María, en el extremo sur del archipiélago, rodeados de gigantescas colonias de atunes.
Investigadores y observadores se pusieron manos a la obra con la tecnología más potente para estudiar la migración de unos animales que suelen habitar en aguas cálidas tropicales y subtropicales. Pero, después de varios periodos estivales, los tiburones ballena, que pueden alcanzar los 17 metros de longitud y las 34 toneladas y son capaces de recorrer la mitad de la circunferencia de la tierra, dejaron de acercarse a la isla portuguesa.
La migración de los tiburones ballena a la Isla de Santa María en los veranos más cálidos es producto de la actividad humana, concluyen los expertos. Además, el cruce de corrientes frías y calientes y la amplia biodiversidad de la zona, con aguas ricas en nutrientes que en verano producen la cantidad de alimentos necesaria para este tiburón facilita su presencia en la zona. Todo ello justificaría la migración y por qué sólo los más grandes de esta especie llegan a Azores, al tener una mayor capacidad para soportar temperaturas más frías.
Otra de las grandes incógnitas es la relación de estos gigantes con los bancos de atunes que les acompañan y que, según los investigadores, responde a una estrategia de caza. El tiburón, demasiado lento para salir de caza, detectaría a sus víctimas, se pararía y dejaría que los atunes la rodearan formando una especia de bola que el pez más grande del mundo atraviesa para alimentarse.
Redacción (agencias)