Caballos voladores, robots gigantes, vídeos lisérgicos en pantalla XXL y, sobre todo, una diva de 24 quilates que convierte en oro todo lo que toca han hechizado este jueves a 53.000 personas, en el único concierto en España de la gira Renaissance de Beyoncé.
El Estadio Olímpico de Barcelona ha sido el palacio donde ha reinado durante tres horas Queen B, que ha tocado el resorte adecuado y ha hecho gritar, bailar y alucinar a sus ‘beyhives’.
Todo ha sido espectacular desde el minuto uno, cuando un retrato gigantesco de la de Houston, con poca ropa y muchos tacones, ha provocado los primeros gritos de placer del público.
Aullidos que han subido de intensidad cuando ha aparecido en carne y hueso cantando «Dangerously in love», tema del último álbum de Destiny’s Child, la banda que lanzó a la fama a una adolescente que, treinta años después, se ha convertido la estrella más brillante del firmamento.
La gran reina ha deleitado a sus incondicionales con un repertorio de más de treinta canciones, dividido en siete actos.
Casi tres horas de R&B contemporáneo, música de baile con mirada afro y todo tipo de géneros musicales engarzados como joyería fina, con letras llenas de connotaciones feministas y antiracistas, dos terrenos políticos en los que se mueve mejor que en el de las desigualdades económicas esta artistas megamillonaria, que acaba de comprarse una casa de 200 millones de dólares a tocateja.
Una pasión por el lujo que ha trasladado al escenario en esta gira, en la que utiliza unos auriculares personalizados con diamantes, joyas creadas en exclusiva para ella por Tiffany y ropa con apliques de cristales de Swarovski.
Varios de los espectaculares modelos que ha lucido esta noche son de la marca española Loewe, como el sensual satén técnico con manos dibujadas que han recorrido su cuerpo en «Naughty girl».
Detalles que han podido apreciar mejor los que más han pagado, como los situados en la zona VIP sobre el escenario, a casi 3.000 euros la localidad.
No es barato ver a Beyoncé, especialmente si no vives en Barcelona, ciudad a la que han viajado espectadores venidos de lejos, que han tenido que batallar con los precios de los hoteles de la capital catalana, que en estas fechas están disparados.
Pero la reina del pop ha sabido compensar a sus seguidores con un ‘egotrip’ de altura.
Tras una primera parte emotivamente soul, en la que ha rendido homenaje a Tina Turner, la fiesta ha empezado con «I’m that girl», un vídeo futurista y una nueva Beyoncé renaciendo al estilo María de «Metropolis».
Al grito de «¡sed libres!», el público se ha liberado de complejos y ha bailado con y para Beyoncé, muchos de ellos vestidos, como su reina, con lentejuelas y prendas plateadas.
El plateado ha sido sin duda el color de la noche, con la orquesta entera brillando en este tono, dentro del escenario-pantalla-caja de sorpresas, de donde han salido caballos alados, vehículos lunares y más de veinte bailarines de infarto.
Entre ellos la hija de once años de Beyoncé y Jay-Z, Blue Ivy Carter, que ha bailado junto a su madre y el resto de bailarines en «My power»
En el tramo final, Beyoncé ha salido de una concha enorme, ha sido la sacerdotisa de una catedral de luces, se ha puesto en el papel de una presentadora de televisión en «America has a problema» y se ha despedido desde el cielo, al que ha ascendido no sólo metafóricamente.
Tras este delirio, se han encendido las luces, la carroza se ha convertido en una calabaza y ha tocado buscar un autobús, un taxi o una manera de llegar al metro, tareas todas ellas más difíciles, esta noche, que ver volar caballos.
Agencias