El Sol está ahora en su período de máxima actividad magnética, una etapa ‘tormentosa’ que ha puesto en aviso a la comunidad científica, ya que se espera un mayor número de manchas en su superficie, erupciones y, eventualmente, tormentas solares, pero todo parece estar dentro de la normalidad. No hay que ser catastrofistas.
Con 4.650 millones de años, nuestra estrella presenta un ciclo de once años (promedio) a lo largo del cual su actividad varía entre un mínimo solar y un máximo, y es en este máximo cuando puede existir mayor peligro para las conexiones por radio en la Tierra, las comunicaciones por satélite y los astronautas en el espacio.
En la actualidad el Sol está en su ciclo 25, que comenzó en diciembre de 2019, y, según anunció recientemente la NASA y la NOAA (Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica), acaba de alcanzar su máximo, que podría continuar durante el próximo año. Un máximo que, aunque a los humanos nos gusten las etiquetas, no llega de repente; es una transición suave de 5 o 6 años que luego tiene otra igual hasta alcanzar de nuevo el mínimo. Y así, aunque con variaciones, en cada uno de los ciclos.
El problema sigue siendo la prevención. Si bien una eventual tormenta solar puede conocerse con dos o tres días de antelación -lo que tardarían las partículas en viajar a la Tierra-, las consecuencias, si serán graves o no, solo pueden calibrarse aproximadamente una hora antes, cuando se registra el campo magnético del evento por los observatorios estacionados a una hora de la Tierra. Por eso, como prevención, cuando se produce la expulsión en el Sol, se activan los avisos que muchas veces terminan siendo falsas alarmas. Esto sirve para reaccionar y programar, por ejemplo, los satélites a ‘modo seguro’, apagando toda su electrónica sensible.
Redacción (Agencias).