El olor corporal en la infancia es suave, ya que las glándulas sudoríparas están poco activas y el microbioma de la piel es sencillo. A pesar de esto, los padres pueden reconocer y preferir el aroma de su propio hijo, ya que este olor, asociado a una sensación de familiaridad y seguridad, activa las redes neuronales de recompensa y reduce el estrés. Sin embargo, las madres con dificultades en el vínculo posparto no desarrollan esta preferencia olfativa hacia su bebé.
En la adolescencia, el olor corporal cambia debido a la producción de hormonas sexuales, que estimulan la actividad de las glándulas sudoríparas y sebáceas. Las glándulas apocrinas, situadas en las axilas y la zona genital, secretan proteínas y lípidos que, al descomponerse, producen el característico aroma corporal. La capacidad de los padres para reconocer a sus hijos por el olor disminuye durante la adolescencia, aunque se recupera en la etapa pospúber.
Con el envejecimiento, la piel pierde colágeno, lo que reduce la actividad de las glándulas sudoríparas y sebáceas, dificultando la regulación térmica en los mayores. Además, la composición de las secreciones sebáceas cambia, con una disminución de antioxidantes como la vitamina E. A partir de los 40 años, los ácidos grasos en la piel, como el omega-7, se oxidan y generan el 2-nonenal, responsable del olor característico de la edad avanzada.
Redacción (Agencias).