Durante varias décadas ha sido un misterio sin resolver. Expertos y entusiastas del Antiguo Egipto se preguntan sobre los motivos de que las estatuas egipcias no tengan nariz. La respuesta con más credibilidad en este momento se resume en una palabra: iconoclasia. Es decir, «ruptura de imágenes». Para los antiguos egipcios las estatuas eran el punto de contacto entre los seres divinos y los terrenales.
Los objetos que representaban la forma humana podían ser ocupados por un dios o un humano que había fallecido. Así podían actuar en el mundo material. Una vez ocupadas, las imágenes tenían poderes que podían activarse a través de rituales y también podían desactivarse mediante un daño deliberado.
Las razones se asocian a la furia y al resentimiento contra enemigos a quienes se quería herir en este mundo y el próximo. También al terror a la venganza del difunto que sentían los ladrones de tumbas. La destrucción de representaciones de deidades o humanos era muy común. Según el egiptólogo Robert K. Ritner, suponía una preocupación constante en el Antiguo Egipto. Las mutilaciones tenían entonces la intención de coartar poder.
Redacción
Fotografía · La Vanguardia (editada)