La capa de ozono sobre la Antártida se está recuperando por los esfuerzos globales para reducir las sustancias que la agotan, singularmente los clorofluorocarburos (CFC), y el agujero sobre ella podría desaparecer en torno a 2035.
Así se explica en un estudio liderado por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), de Estados Unidos, y publicado en la revista ‘Nature’.
La capa de ozono se encuentra en la parte alta de la atmósfera sobre la Antártida y actúa como el protector solar natural de la Tierra, ya que ese tramo de la estratosfera protege el planeta de la dañina radiación ultravioleta del Sol.
Si es más delgada significa menos protección contra los rayos ultravioleta, que pueden causar quemaduras solares, cataratas y cáncer de piel en los humanos. La exposición excesiva a la luz ultravioleta también puede reducir los rendimientos agrícolas, dañar las plantas y afectar a los animales acuáticos en ecosistemas vitales.
Cada septiembre, la capa de ozono adelgaza hasta formar un agujero sobre el continente antártico, aunque no supone una completa ausencia de ozono. Los científicos utilizan el término ‘agujero de ozono’ como metáfora del área en la que las concentraciones de ese gas sobre la Antártida caen muy por debajo del umbral histórico de 220 unidades Dobson.
En la década de 1970, los científicos se alarmaron ante la posibilidad de que los CFC pudieran erosionar el ozono atmosférico. A mediados de la década de 1980, la capa de ozono se había reducido tanto que una amplia franja de la estratosfera antártica estaba prácticamente desprovista de ozono a principios de octubre de cada año.
Entre las fuentes de CFC nocivos se encontraban los refrigerantes de los frigoríficos y los aparatos de aire acondicionado, así como los aerosoles de laca para el pelo, antitranspirantes y pintura en aerosol. También se liberaban en la fabricación de espumas aislantes y como componentes de los sistemas industriales de extinción de incendios.
Redacción · Servimedia
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